jueves, 12 de febrero de 2015

EL FILOCTETES DE SÓFOCLES

Francisco Rodríguez Adrados escribe para el blog de Lemnos el artículo “El Filoctetes de Sófocles”, análisis de la tragedia de Sófocles y del lugar que ésta ocupa en el género del drama griego clásico.

Maestro de maestros, Francisco Rodríguez Adrados ocupa un puesto de honor en la cultura clásica y las letras españolas. Helenista, indianista, lingüista e historiador, es catedrático emérito de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid y miembro de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, de la Academia de Atenas y de la Academia Argentina de las Letras. Es presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos y de la Sociedad Española de Lingüística. Autor de una vasta obra que abarca diferentes campos, como la lexicografía, la traducción, la literatura, el pensamiento griego y la lingüística. Entre las numerosas distinciones que ha recibido: el Premio de la Fundación Aristóteles Onassis (1989), el Premio Nacional de Traducción (2005) y el Premio Nacional de las Letras (2012).  

EL FILOCTETES DE SÓFOCLES
escrito por Francisco Rodríguez Adrados

La Fiesta, olvido provisional de la vida rutinaria de cada día, es la madre de ese fenómeno divino del olvido y de la creación de un mundo nuevo. Tiene varias ramas: la Comedia, que es universal, nos enseña un mundo crítico "a la contra". Creativo, alegre, renovador, vencedor de imposibles. Siempre entre el canto, la danza, triunfante sobre el imposible, bendecido por un dios, que en la Grecia antigua es Dioniso.

También en Grecia, y sólo en Grecia hay otro género,  éste sólo allí, el del héroe, el hombre grande que se hunde en la desgracia: por exceso, extravío, por querer ser más que hombre. Nace también de fiestas populares y es presidido por el mismo dios, Dioniso, que ríe y llora, da la vida y la muerte.

En el Ática, Grecia floreció en rituales de sacrificio en la pequeña Icaria y un tirano de Atenas, Pisístrato, la trajo a su ciudad para angustioso deleite de sus ciudadanos. Es un contrapunto a la Epopeya, que celebraba al hombre grande: pues bien, bajo la presidencia de Dioniso, ese hombre se quiebra, aspira a todo y se queda en nada. Un Edipo busca al culpable y resulta que el culpable es él, sale ciego y lloroso de la escena. Una lección.

Quizá los tiranos del mito son presentados, así, a una luz distinta. Los nuevos tiranos, los reyes, se colocan, más bien demagógicamente, a un nivel popular. Son algo así como precursores de la democracia, quieren explicar los excesos, las caídas y muertes. Todos somos hombres, hasta los más altos, siempre en riesgo.

Hay muchas clases de tragedia, muchos son los pecados de los grandes. En realidad, ya en la epopeya, en la Ilíada, la suma grandeza de Aquiles, superior a todos, hace presagiar su muerte futura, traída por la flecha del miserable Paris.

Pero en la tragedia hay casi un catálogo, diríamos, del desastre unido la grandeza  de los héroes. Los hermanos Eteocles y Polinices, en Esquilo, luchan por ser reyes de Tebas, las mujeres de la ciudad lloran, ellos a nada atienden: mueren en singular combate. En Sófocles, Edipo, triunfador de la esfinge, busca incansable al que mató a su padre Layo... y resulta que fue él el asesino. En Eurípides, las más ilustres de las mujeres despliegan su implacable amor: y cometen crímenes que no tienen perdón.

Mil temas como estos se esconden en la envidiada vida de los héroes, mil fallos se esconden en lo que ellos ven como grandeza, alma intachable, modelo para todos ¡que no respeta a nadie, llegan al crimen dentro de la familia más estrecha!

No es esto Filoctetes, los trágicos encuentran casos y casos de esa inadecuación del hombre para atenerse a sus medidas verdaderas. No por ello es menos grande la tragedia.

Filoctetes viene, simplemente, como una ayuda más para la conquista de Troya. Ni llega a intentar la lucha: antes, en un sacrificio de los expedicionarios, sufre una herida infecciosa, sus compañeros son incapaces de soportar su hedor, queda abandonado en la isla desértica de Lemnos. ¡Él, un aspirante a héroe, tiene limpia la espada, no ha matado a nadie y, sin embargo, se convierte en un tullido miserable del que todos huyen! ¿Cuál es su pecado?

Es el resentimiento, que es también, como cualquier otra pasión, un pecado del alma. Hay otro ejemplo de estos héroes que no han vertido sangre: el de Áyax, que en la tragedia de este nombre, de Sófocles, llega a suicidarse porque no ha recibido, como sin duda merecía, las armas de Aquiles a la muerte de éste. No ha sido un exceso pasional con derrame de sangre, ha sido el dolor de un alma que se ha sentido herida. Un invento de Sófocles, invento perspicaz de alguien que conoció el interior del hombre.

¿Acaso fue una herida del propio Sófocles que en la guerra contemporánea suya, la del Peloponeso, se sentía, entre pensamientos contradictorios, lejos, en definitiva, de la acción?

Pero hay un oráculo: Troya no caerá si no interviene Filoctetes en su toma. Y ahí está Odiseo que logrará esto de una forma o de otra, aunque sea con engaño. Y usará como gancho al joven, inocente, Neoptólemo, hijo de Aquiles, muerto ya en Troya a la sazón, por la flecha de Paris, el arma de un cobarde. Llorará Neoptólemo luego por haberse dejado enganchar en un juego de engaños.

Otro dolor que no es el del ímpetu implacable o la venganza, un dolor del alma insatisfecha por el trato que recibe, nos describe el poeta. Es una tragedia, pero una tragedia posttrágica, de almas refinadas, que añoran un mundo más justo, se sienten heridas.

Y la paradoja del mundo: sin las argucias de Odiseo, sin el engaño de Filoctetes, no habría caído Troya. Habrían quedado en pie el ultraje de Troya contra Grecia y la traición de Helena. Gran paradoja.

¿Qué pensar? Un mundo complejo. Nadie muere - pero sí los troyanos y los griegos, allá en lontananza -. Y sufre Filoctetes, abandonado, privado una vez más de su deseo de gloria.

Pero Sófocles da otro vuelco al tema: sin Filoctetes no puede haber toma de Troya. Y Heracles se presenta, Neoptólemo va a llegar con Filoctetes a Troya y éste va a matar a Paris - el que mató a su padre, Aquiles - . Filoctetes y Neoptólemo son como dos leones que van a conquistar Troya y Asclepio va a curar a nuestro héroe. "Que éste recuerde, cuando asole la tierra, ser piadoso con los dioses: el padre Zeus considera secundario lo demás. Pues la piedad no muere junto con los mortales: vivan o mueran, ella no perece".

Volvemos al mundo convencional de la piedad religiosa: todo terminará bien, triunfará la piedad, es decir, Troya será conquistada, Filoctetes participará en ello, él será sanado.

Extraño final: tras un tejido de nuevos sentidos del alma humana, de ampliación de lo trágico, parece que Sófocles añade un final nada trágico, el del éxito y triunfo del héroe. Un invento suyo, sin duda, el elogio y premio del heroísmo tradicional unido al apoyo del gran héroe, Heracles. Tras el descubrimiento de nuevos temas trágicos, Sófocles vuelve a la épica de siempre. En el mundo heroico y divino oscilaba entre varias posiciones, algo también tradicional.

Extraña tragedia, nueva y tradicional.