Francisco
Rodríguez Adrados escribe para el blog de Lemnos el artículo “El Filoctetes de
Sófocles”, análisis de la tragedia de Sófocles y del lugar que ésta ocupa en el
género del drama griego clásico.
Maestro de
maestros, Francisco Rodríguez Adrados ocupa un puesto de honor en la cultura
clásica y las letras españolas. Helenista, indianista, lingüista e historiador,
es catedrático emérito de Filología Griega en la Universidad Complutense de
Madrid y miembro de las Reales Academias de la Lengua y de la Historia, de la
Academia de Atenas y de la Academia Argentina de las Letras. Es presidente de
honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos y de la Sociedad Española de
Lingüística. Autor de una vasta obra que abarca diferentes campos, como la
lexicografía, la traducción, la literatura, el pensamiento griego y la
lingüística. Entre las numerosas distinciones que ha recibido: el Premio de la
Fundación Aristóteles Onassis (1989), el Premio Nacional de Traducción (2005) y
el Premio Nacional de las Letras (2012).
EL
FILOCTETES DE SÓFOCLES
escrito por Francisco Rodríguez Adrados
La Fiesta, olvido provisional de la
vida rutinaria de cada día, es la madre de ese fenómeno divino del olvido y de
la creación de un mundo nuevo. Tiene varias ramas: la Comedia, que es
universal, nos enseña un mundo crítico "a la contra". Creativo,
alegre, renovador, vencedor de imposibles. Siempre entre el canto, la danza,
triunfante sobre el imposible, bendecido por un dios, que en la Grecia antigua
es Dioniso.
También en Grecia, y sólo en Grecia
hay otro género, éste sólo allí, el del
héroe, el hombre grande que se hunde en la desgracia: por exceso, extravío, por
querer ser más que hombre. Nace también de fiestas populares y es presidido por
el mismo dios, Dioniso, que ríe y llora, da la vida y la muerte.
En el Ática, Grecia floreció en
rituales de sacrificio en la pequeña Icaria y un tirano de Atenas, Pisístrato,
la trajo a su ciudad para angustioso deleite de sus ciudadanos. Es un
contrapunto a la Epopeya, que celebraba al hombre grande: pues bien, bajo la
presidencia de Dioniso, ese hombre se quiebra, aspira a todo y se queda en
nada. Un Edipo busca al culpable y resulta que el culpable es él, sale ciego y
lloroso de la escena. Una lección.
Quizá los tiranos del mito son
presentados, así, a una luz distinta. Los nuevos tiranos, los reyes, se
colocan, más bien demagógicamente, a un nivel popular. Son algo así como
precursores de la democracia, quieren explicar los excesos, las caídas y
muertes. Todos somos hombres, hasta los más altos, siempre en riesgo.
Hay muchas clases de tragedia,
muchos son los pecados de los grandes. En realidad, ya en la epopeya, en la Ilíada, la suma grandeza de Aquiles,
superior a todos, hace presagiar su muerte futura, traída por la flecha del
miserable Paris.
Pero en la tragedia hay casi un
catálogo, diríamos, del desastre unido la grandeza de los héroes. Los hermanos Eteocles y
Polinices, en Esquilo, luchan por ser reyes de Tebas, las mujeres de la ciudad
lloran, ellos a nada atienden: mueren en singular combate. En Sófocles, Edipo,
triunfador de la esfinge, busca incansable al que mató a su padre Layo... y
resulta que fue él el asesino. En Eurípides, las más ilustres de las mujeres
despliegan su implacable amor: y cometen crímenes que no tienen perdón.
Mil temas como estos se esconden en
la envidiada vida de los héroes, mil fallos se esconden en lo que ellos ven
como grandeza, alma intachable, modelo para todos ¡que no respeta a nadie,
llegan al crimen dentro de la familia más estrecha!
No es esto Filoctetes, los trágicos
encuentran casos y casos de esa inadecuación del hombre para atenerse a sus
medidas verdaderas. No por ello es menos grande la tragedia.
Filoctetes viene, simplemente, como
una ayuda más para la conquista de Troya. Ni llega a intentar la lucha: antes,
en un sacrificio de los expedicionarios, sufre una herida infecciosa, sus
compañeros son incapaces de soportar su hedor, queda abandonado en la isla
desértica de Lemnos. ¡Él, un aspirante a héroe, tiene limpia la espada, no ha
matado a nadie y, sin embargo, se convierte en un tullido miserable del que
todos huyen! ¿Cuál es su pecado?
Es el resentimiento, que es también,
como cualquier otra pasión, un pecado del alma. Hay otro ejemplo de estos
héroes que no han vertido sangre: el de Áyax, que en la tragedia de este
nombre, de Sófocles, llega a suicidarse porque no ha recibido, como sin duda
merecía, las armas de Aquiles a la muerte de éste. No ha sido un exceso
pasional con derrame de sangre, ha sido el dolor de un alma que se ha sentido
herida. Un invento de Sófocles, invento perspicaz de alguien que conoció el
interior del hombre.
¿Acaso fue una herida del propio Sófocles
que en la guerra contemporánea suya, la del Peloponeso, se sentía, entre pensamientos
contradictorios, lejos, en definitiva, de la acción?
Pero hay un oráculo: Troya no caerá
si no interviene Filoctetes en su toma. Y ahí está Odiseo que logrará esto de
una forma o de otra, aunque sea con engaño. Y usará como gancho al joven,
inocente, Neoptólemo, hijo de Aquiles, muerto ya en Troya a la sazón, por la
flecha de Paris, el arma de un cobarde. Llorará Neoptólemo luego por haberse dejado
enganchar en un juego de engaños.
Otro dolor que no es el del ímpetu
implacable o la venganza, un dolor del alma insatisfecha por el trato que
recibe, nos describe el poeta. Es una tragedia, pero una tragedia posttrágica,
de almas refinadas, que añoran un mundo más justo, se sienten heridas.
Y la paradoja del mundo: sin las
argucias de Odiseo, sin el engaño de Filoctetes, no habría caído Troya. Habrían
quedado en pie el ultraje de Troya contra Grecia y la traición de Helena. Gran
paradoja.
¿Qué pensar? Un mundo complejo.
Nadie muere - pero sí los troyanos y los griegos, allá en lontananza -. Y sufre
Filoctetes, abandonado, privado una vez más de su deseo de gloria.
Pero Sófocles da otro vuelco al
tema: sin Filoctetes no puede haber toma de Troya. Y Heracles se presenta, Neoptólemo
va a llegar con Filoctetes a Troya y éste va a matar a Paris - el que mató a su
padre, Aquiles - . Filoctetes y Neoptólemo son como dos leones que van a
conquistar Troya y Asclepio va a curar a nuestro héroe. "Que éste
recuerde, cuando asole la tierra, ser piadoso con los dioses: el padre Zeus
considera secundario lo demás. Pues la piedad no muere junto con los mortales:
vivan o mueran, ella no perece".
Volvemos al mundo convencional de la
piedad religiosa: todo terminará bien, triunfará la piedad, es decir, Troya
será conquistada, Filoctetes participará en ello, él será sanado.
Extraño final: tras un tejido de
nuevos sentidos del alma humana, de ampliación de lo trágico, parece que
Sófocles añade un final nada trágico, el del éxito y triunfo del héroe. Un
invento suyo, sin duda, el elogio y premio del heroísmo tradicional unido al
apoyo del gran héroe, Heracles. Tras el descubrimiento de nuevos temas
trágicos, Sófocles vuelve a la épica de siempre. En el mundo heroico y divino
oscilaba entre varias posiciones, algo también tradicional.
Extraña tragedia, nueva y
tradicional.